EL PESO DE NO LLORAR
Hola de nuevo!! Esta semana como Columna Semanal. tenemos que realizar una foto-historia sobre el tema del REA. En mi caso sobre la masculinidad. Para ello he escogido un tema muy tratado y trabajado en nuestro grupo: "Los hombres no lloran". A continuación os muestro las imágenes de mi historia junto a su texto redactándola. Espero que os guste 🙆
EL PESO DE NO LLORAR
Martín siempre creyó que los hombres no lloran. Así lo aprendió de pequeño, cuando su padre se tragaba las lágrimas con un nudo en la garganta y decía: "Sé fuerte".
Ahora, adulto, esposo y padre, Martín intenta mantener esa fuerza. Pero no se da cuenta de que, en su intento por ser “el fuerte”, está rompiendo otras cosas.
Ahora, adulto, esposo y padre, Martín intenta mantener esa fuerza. Pero no se da cuenta de que, en su intento por ser “el fuerte”, está rompiendo otras cosas.
Las discusiones con su esposa se han vuelto frecuentes. Ella le dice que está distante, que ya no habla, que guarda todo y lo deja pudrirse por dentro. Su hija pequeña observa desde un rincón, en silencio, aprendiendo también lo que ve: que los hombres callan, y se enojan, pero no lloran.
Martín discute. Levanta la voz, no para herir, sino para no quebrarse. Pero en el fondo está agotado, lleno de emociones que no sabe nombrar, que nunca le enseñaron a expresar.
Una noche, se encierra en el baño. Aprieta los puños. Se mira en el espejo. Llora. Y por primera vez en mucho tiempo, deja que la tristeza salga. Su llanto es silencioso, casi avergonzado, como si al hacerlo estuviera fallando en algo... pero también se siente un poco más libre.
Después, habla con su mejor amigo. No sobre fútbol, ni trabajo. Hablan de lo que duele, de lo que pesa. De lo difícil que es romper con lo aprendido. Y en ese banco, entre silencios y confesiones, entiende que la vulnerabilidad no le quita lo masculino, se lo devuelve.
Martín comienza a hablar con su hija. Ya no le dice “los hombres no lloran”. Le dice: “Llorar está bien. Es como reír, pero con el alma”. Y su hija sonríe, y le escucha, y aprende algo distinto.
Con el tiempo, su hogar cambia. No porque todo sea perfecto, sino porque ahora hay permiso para sentir. Para enfadarse sin dañar. Para llorar sin culpa. Para decir "me duele" sin esconderlo tras una sonrisa falsa.
Y Martín... Martín sigue siendo fuerte. Pero no por no llorar, sino por haber aprendido a hacerlo.
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